TVE recupera audiencia gracias a Isabel II

Televisión Española obtuvo este lunes un gran seguimiento de su primera cadena gracias a la transmisión de los actos funerarios en honor de la reina de Gran Bretaña Isabel II. El programa especial fue líder con suficiencia al obtener un 20,5 de audiencia media durante sus más de tres horas de duración. Además, las conexiones previas llevaron a La hora de La 1 y La hora de actualidad a cuotas del 13,9 y 15,3, muy por encima de las del resto de los días en que difícilmente alcanzan el 10%. El arrastre llegó hasta el Telediario 1 que se elevó hasta casi el 12%.

 

La explicación de este éxito no tiene una sola causa, sino que es la suma de factores relevantes tanto generales como singulares. Por un lado, conviene recordar el peso de la costumbre que dirige la atención de muchos espectadores hacia TVE cuando se trata de actos institucionales, o muy tradicionales, como ocurre durante los actos festivos de Navidad, desde el sorteo de la lotería a la cabalgata de Reyes, pasando por los programas especiales de Nochebuena y Nochevieja, que año tras año otorgan a La 1 cifras muy por encima de sus medias mensuales y anuales. Otro hecho de importancia es la enorme fortaleza de la sección de internacional de sus servicios informativos, un territorio en el que ha dominado la cadena pública durante toda su historia, con decenas de ejemplos que demuestran no solo la cantidad de medios personales y materiales que dispone, sino, sobre todo, la tremenda calidad de sus equipos de corresponsales y enviados especiales, tal y como se está demostrando en los últimos meses en la guerra en Ucrania.

 

 

Dentro de este marco general, y en cierta medida intemporal, en la jornada de este lunes conviene resaltar la decidida apuesta por un amplio despliegue en Londres con algunos de sus mejores profesionales, excluyendo al espacio híbrido, y en buena medida inconcreto y polémico, de Hablando claro. Se trataba de ofrecer información pura y dura y, para ello están los servicios informativos, y no cajones de sastre externos acogidos al engañoso nombre de «infoentretenimiento».

 

TVE reforzó al habitual corresponsal en el Reino Unido, Diego Arizpeleta de la Calle, con un buen número de enviados especiales, incluida la propia presentadora del Telediario 1, Alejandra Herranz, pero confió el grueso de la transmisión a Carlos Franganillo y Anna Bosch, ambos de gran trayectoria como corresponsales y enviados especiales durante muchos años. Ambos realizaron durante tres horas largas un brillante ejercicio de verdadero periodismo, ese que otorga la primacía a las imágenes y sonidos del directo. Obviamente las imágenes eran espectaculares tanto en interiores como en exteriores, tanto en los planos generales de los participantes, como en los más concretos de los mandatarios invitados y de los miembros de la casa real británica.

 

La BBC, responsable de la transmisión, realizó un trabajo impecable que se puso a disposición de centenares de cadenas televisivas y, a partir de ahí, se marcó la diferencia entre unos medios y otros. Carlos y Anna supieron respetar el segundo ingrediente fundamental que se les servía: el sonido ambiente, tantas veces emborronado por palabrería insustancial. Fue aquí no solo respetado, sino tratado como el protagonista esencial que era y que nos permitía oír las voces de mando durante el recorrido, las bandas que desfilaban, las músicas y cantos en el interior, los parlamentos de los intervinientes, o las campanadas que recordaban cada año de vida de la difunta. Y junto a todo ello, los silencios, tan importantes como los sonidos.

Las intervenciones de Carlos Franganillo y Anna Bosch fueron, en una palabra, enriquecedoras. Y lo fueron porque estaban llenas de preparación y conocimiento, porque eran oportunas en cuanto al momento, porque aportaban ese contexto que tantas veces se reclama para que la información esté completa y sea entendida por los espectadores; tan llena de datos y curiosidades, como ausente de palabrería hueca. Carlos y Anna hablaban, sí, y mucho, dada la duración de los actos, pero lo hacían para enmarcar, para destacar, para explicar; plenamente conscientes de que el protagonismo correspondía a lo que sucedía, y que ellos eran solo –y no es poco– el complemento. Culminaron así un aserto, tan antiguo como poco respetado, de que los periodistas no somos –no debemos ser nunca– más que testigos imparciales, que los protagonistas son los hechos.  

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