‘Síndrome del pato’ y redes sociales

Los móviles infantiles se han convertido en una auténtica pesadilla para los padres gracias al  grooming, sexting o ciberbullying. Aunque hay otro riesgo, nada menor, aunque menos perceptible, que puede hacer estragos en la psicología del menor a largo plazo: una constante insatisfacción con la propia imagen para adaptarse a los estándares de belleza física o de estilo de vida que imponen de manera silenciosa pero implacable redes como Instagram.

 

«Mi hijo tiene 21 años, ha nacido con el siglo y el milenio, y ha crecido al tiempo que lo hacían internet y las redes sociales», explica I.C. «Con 11 años me pidió apuntarse a Tuenti y con 13 empezó en ask.com. Aquí, contestas a gente anónima que te pregunta cosas como ‘¿qué nota le das a fulanito o menganita?’. Como si fuera el juego de la cerilla o de la botella, con la diferencia de que no sabes quién te está preguntando. Ahí intervine. Se enfadó porque ‘había cotilleado’ su cuenta, y le expliqué que, si su cuenta era pública, cualquiera podía meterse. No solo yo, sino también sus profesores, los padres de la chica que le gustaba o de cualquiera de las que ‘puntuaba’… Se trataba de explicarle los riesgos del anonimato (y la osadía que da al que la practica)…».

 

Los nativos digitales han crecido valorando a los demás, su aspecto, sus actos, a través de las redes sociales. Y ahora pensemos: si Instagram ha conseguido modificar comportamientos adultos, ¿cómo no va a tener una influencia decisiva en los adolescentes? «Mi hija de 13 años usa las redes, fundamentalmente para relacionarse con sus amigas. Amigas… a las que ve todos los días. Pero el intercambio de likes se ha instalado en sus vidas como antiguamente el de cromos. Y además, necesitas la aprobación ‘pública’ de toda la ropa que te pones o las actividades que realizas», explica D. N. desde Málaga.

 

Desde el Child Mind Institute de Nueva York, Rae Jacobson escribe que «para los adolescentes, el peso combinado de la vulnerabilidad, la necesidad de validación y el deseo de compararse con sus amigos origina una tormenta perfecta de baja autoestima«. En las redes sociales estas personas jovencísimas aparecen siempre seguras, felices, relajadas y exitosas. Pero suele ser a costa de hacer tremendos esfuerzos para no decepcionar las expectativas de los demás.

 

Estos adolescentes sufren el conocido como ‘síndrome del pato’, expresión acuñada en la Universidad de Stanford y que se aplicaba originalmente a los estudiantes que luchan por sobrevivir a las presiones de un entorno competitivo mientras presentan la imagen del fresco y relajado californiano. Vamos, como un pato que visto desde fuera parece deslizarse sin esfuerzo sobre un río pero cuyas patas, bajo el agua, se mueven frenéticamente para mantener la compostura y que no se lo lleve la corriente. Aunque el ‘síndrome del pato’ no está incluido en la lista oficial de enfermedades mentales (el famoso índice DSM-5 estadounidense), sí está ampliamente descrito, investigado y vinculado a problemas serios como la depresión y la ansiedad.

 

La gran pregunta es si podemos mantener a nuestros hijos al margen de esta evaluación continua que son las redes sociales… sin sacarlos de las redes sociales. I. D. , desde Barcelona, vio como su hija de 12 años empezaba a sufrir nada más desembarcar en el universo social media: «En YouTube hizo unos cuantos vídeos. Y con los vídeos llegaron los comentarios, algunos buenos, pero la mayoría destructivos. Nos los enseñó y decidimos moderar los comentarios, verlos antes de autorizar su publicación. Al tercer o cuarto video, mi hija decidió dejar de publicar en YouTube». La conclusión de esta madre: «Da igual lo que hagas, no los puedes proteger. Y ese tipo de relación con el exterior es dañina». Por eso cree que «más vale reforzar su autoestima y el respeto por los demás antes de darles un teléfono. Dar un móvil a un niño sin más es como echarlo a los leones. Es la ley de la selva. O se lo comen o sobrevivirá comiéndose a los demás».

 

Los expertos advierten, además, de que en este terreno pantanoso, las chicas ‘juegan’ con desventaja. Como explica la psicóloga clínica y autora Catherine Steiner-Adair -experta en el impacto de la tecnología en el desarrollo infantil-, en un artículo para el Child Mind Institute, «en la socialización, las niñas tienden más a compararse con otras personas, en particular con otras niñas, como forma de desarrollar su propia identidad, lo que las hace más vulnerables en este terreno».

 

Así que la respuesta a si es posible para los padres lograr que sus hijos, y sobre todo sus hijas, crezcan a salvo de la mirada de los demás es: no. Como explica Enric Soler, psicólogo relacional y tutor de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC): «Pretender que nuestros hijos vivan al margen de la sociedad es una utopía. Existen Instagram, TikTok, del mismo modo que existen los coches y los semáforos. De hecho, los padres que intenten aislar a sus hijos de la existencia de estas u otras RRSS, lo único que van a conseguir es dotarlas de la atracción de lo prohibido. Hay que hablar con los hijos sobre las RRSS, conocer cómo y para qué las utilizan, y sobre todo, dejar bien claro que no por tener más likes una persona tiene más valor».

 

El refuerzo positivo, explica este experto, debe llegar «de las personas que queremos, y que nos quieren, no de desconocidos que no saben nada de nosotros. Si todos los hijos aprenden a no cruzar un semáforo en rojo, ¿por qué razón no pueden aprender a hacer un uso razonable de las RRSS?».

 

Por su parte, Steiner-Adair cree que mucho más productivo que secuestrarles el móvil o echarles una bronca tras otra, será trabajar la autoestima de nuestros hijos: ayudándoles a aceptar su propio cuerpo, desarrollando su espíritu crítico (muy importante para que no crean todo lo que leen), introduciéndolos en la práctica deportiva, elogiándolos no por su apariencia, sino por sus esfuerzos, haciendo que confíen en nosotros, y en ellos mismos… Sí, es mucho más difícil y lleva mucho más tiempo que dejarlos solos con un móvil para que no den la brasa. Pero seguro que te ahorra mucho tiempo y sufrimiento en el futuro.

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