Se reabre el debate sobre la libertad de Assange

“Publicar no es un delito”, bajo esta afirmación redactores y editores de 5 medios influyentes en el mundo piden al gobierno de los Estados Unidos retirar los cargos en contra de Julian Assange, fundador de WikiLeaks (la página web en la que se publicaron informes anónimos y documentos filtrados con contenido sensible en materia de interés público).

 

Hace doce años, The Guardian, The New York Times, Le Monde, Der Spiegel y El País (los mismos medios que hoy piden detener el juicio contra Assange) publicaron una serie de revelaciones en colaboración con WikiLeaks que “ocuparon los titulares de todo el mundo”, como dicen en la carta pública que redactaron.  Tal como indica The Guardian, el material, filtrado a WikiLeaks por la entonces soldado estadounidense Chelsea Manning, expuso el funcionamiento interno de la diplomacia estadounidense en todo el mundo.

 

Se trató de ‘Cablegate’, un conjunto de 251.000 cables confidenciales del departamento de Estado de EE. UU., que reveló corrupción, escándalos diplomáticos y asuntos de espionaje a escala internacional. Tales documentos, según el New York Times, cuentan “la historia sin adornos de cómo el gobierno toma sus decisiones más importantes, las decisiones que le cuestan más vidas y dinero al país”.  En la carta, agregan que, incluso ahora en 2022, periodistas e historiadores continúan publicando nuevas revelaciones, utilizando el tesoro único de documentos.

 

La publicación de ‘Cablegate’ y otras filtraciones, recuerdan los 5 medios en la carta pública, conllevaron a que el 11 de abril de 2019 arrestaran en Londres, por orden de los Estados Unidos, a Assange, quien hoy se enfrenta a la extradición a los Estados Unidos y se enfrenta a una condena en prisión de 175 años por 18 cargos, 17 de ellos por espionaje.

La carta de estos medios internacionales, que antes habían criticado la manera de proceder de Assange cuando publicó copias no editadas de los cables, ha destapado un debate que parecía estar superado. Cuando capturaron al fundador de WikiLeaks, varios periodistas salieron en defensa del buen periodismo y señalaron que no se podía considerar a Julian Assange un periodista.

 

Por ejemplo, en septiembre de 2011, El País, en un editorial titulado “El error de Wikileaks”, cuestionó la publicación íntegra de los cables, sin editarlos. Para el medio español esta acción transformaba “por completo la causa a la que sirve WikiLeaks”. De hecho, en el editorial se lee que “bajo la premisa de promover la transparencia para servir a los derechos humanos, la organización de Assange puede convertirse en un peligro adicional para ellos”. 

 

Al principio, WikiLeaks colaboraba con algunos de los principales diarios y semanarios del mundo, lo que permitió, según la nota editorial de El País, “conocer las claves de trascendentes decisiones políticas que gobiernos de todo el mundo habían intentado mantener en secreto”.

 

En la nota se agrega que la organización de Assange se convirtió en “un eficaz instrumento para las organizaciones de derechos humanos y para todos aquellos ciudadanos cuyas demandas eran contrarrestadas con el secreto de Estado y la opacidad”. Sin embargo, El País amonestó la decisión de WikiLeaks publicar los cables sin ningún tipo de edición puesto que “las fuentes que aparecen citadas en los cables pasan a ser, de inmediato, víctimas potenciales de los mismos atropellos que se decidieron a denunciar, con lo que WikiLeaks deja de ser un instrumento a su favor y se convierte en un arma en su contra”.

 

Uno de los artículos más críticos contra Assange fue el de las profesoras Kathy Kiely y Laurel Leff en el portal ‘The Conversation’, quienes tras el escándalo mediático que representaba la figura del fundador de WikiLeaks, afirmaron: “Hoy en día, cualquier persona con conexión a Internet puede ser publisher. Eso no convierte a todo el mundo en periodista”. Para las profesoras estadounidenses, otorgarle el estatus de periodista a Assange resultaría problemático, ya que provocaría “más ataques a la libertad de prensa”.  Además, hicieron hincapié en la labor que viene realizando la prensa, ante la falta de credibilidad de las audiencias, de “mantener estándares que los diferencien de aquellos que simplemente brindan información”.

 

En uno de los tuitdebates de #EticaEnRed se menciona, precisamente, que Assange antes de ser periodista, es “más un informador, un revelador de datos”. A Assange le criticaron la falta de ética a la hora de publicar. Y quizás esta es la mayor diferencia entre lo que representaba WikiLeaks y la tarea que realizan los medios de comunicación.  Otro de los participantes del mismo debate que hizo la Red Ética en Twitter en 2019 señalaba que los procedimientos del también programador y activista australiano “son tan perversos como los de los corruptos que dice descubrir”. Otra periodista trinó que no se le podía llamar periodista, sino divulgador y enumera las características que los diferencia: “No hace ningún trabajo por analizar (la información), contextualizar, contrastar y hacerla entendible para su audiencia”.

 

The New York Times publicó en 2010 artículos basados en documentos obtenidos de WikiLeaks, acompañados de una nota del editor en la que se explica por qué creían que debían publicar tal información, al considerarla de interés público; pero además aclara el tratamiento ético que le dieron a las publicaciones con el propósito que otros medios, e incluso el propio WikiLeaks, siguieran este ejemplo.

 

“El Times ha tenido cuidado de excluir, en sus artículos y material complementario, impreso y en línea, información que pondría en peligro a informantes confidenciales o comprometería la seguridad nacional. Las redacciones del Times se compartieron con otras organizaciones de noticias y se comunicaron a WikiLeaks, con la esperanza de que editaran de manera similar los documentos que planeaban publicar en línea”, se lee en la nota del editor del periódico estadounidense.

 

Además, The New York Times envió a los funcionarios de la administración del entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, los cables que planeaba publicar, dándoles el derecho ético a la réplica. “Después de revisar los cables, los funcionarios, aunque dejaron en claro que condenaban la publicación de material secreto, sugirieron redacciones adicionales. El Times estuvo de acuerdo con algunos, pero no con todos. The Times está transmitiendo las preocupaciones de la administración a otras organizaciones de noticias y, por sugerencia del Departamento de Estado, a la propia WikiLeaks”.

 

Lo anterior dejaba claro que The New York Times estaba en desacuerdo con la forma en la que WikiLeaks compartió el material, sin hacer ningún tipo de edición y violentando parámetros éticos como la inclusión de lo que dice la contraparte, una práctica primaria de la ética periodística.

 

“La réplica es un derecho que en todos los casos debería estar garantizada por los propios medios de comunicación. (…) No hay que perder de vista que los medios de comunicación tienen el compromiso de escuchar todas las voces involucradas en un tema y no hacerlo de esa manera los convertiría en una opción informativa excluyente”, explicó el periodista mexicano Francisco Sandoval en un artículo publicado en el blog de la Red Ética.

 

En este mismo artículo, Sandoval recuerda que para el maestro Javier Darío Restrepo, quien fue el mayor exponente de la ética periodística en Iberoamérica, no reconocer el derecho a la réplica significa “un abuso de poder del periódico o de sus periodistas”, pues en ningún momento se puede pretender reducir “al silencio a sus contradictores”. De hecho, Restrepo señala como un periodismo “dogmático y excluyente” aquel que se practica evitando escuchar y valorar todas las voces y opiniones favorables o divergentes.

 

En este sentido, las profesoras Kathy Kiely y Laurel Leff criticaron que Assange no siguiera las buenas prácticas periodísticas que recomendaba The New York Times.  “Cuando WikiLeaks publicó los correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata y del personal de la campaña de Clinton en 2016, incluía direcciones de correo electrónico y de casa, y números de tarjeta de crédito, seguro social y pasaporte, así como los detalles del intento de suicidio de un miembro del personal”, señalaron en el artículo de The Conversation.

 

También, en la nota editorial de 2011 referida antes, El País calificó como un error de WikiLeaks “haber abandonado la deontología por la que se rige el periodismo” con el que están comprometidos medios como The Guardian, The New York Times, Der Spiegel, Le Monde y El País.

 

“Al haber adoptado una opción distinta, y que pone en duda la tarea del periodismo en las sociedades democráticas, la respuesta que merece es la de la condena”, concluyó el medio español.

 

Cuando en un tuit debate de #ÉticaEnRed, la Red Ética de la Fundación Gabo preguntó si el arresto de Julian Assange podría representar un ataque a la libertad de prensa, hubo varios comentarios que reiteraban que no era posible violentar tal derecho a alguien que no era periodista. Sin embargo, también hubo mensajes a favor de Assange.

 

“Es un abuso nefasto que puede sentar un precedente de terror para quienes hacemos periodismo. Ahora, qué sé yo, Duque o cualquier presidente de un país, pudiera pedir la extradición de un periodista extranjero que reveló detalles de su gestión. Es muy grave”, contestó un usuario a la pregunta propuesta por la Red Ética en Twitter. 

 

Otro de los usuarios comentó que es peligroso calificar al arresto de Assange como un ataque a la libertad de prensa porque considera que él “no representa a la prensa ni al periodismo. Él es un informante, no un reportero”.  Sin embargo, una grieta interesante se formuló en este debate cuando otro usuario trinó: “Entonces, aún peor. El informante es cualquier ciudadano: ya no se amenaza el periodismo sino la libertad civil de informar”.

 

Las profesoras Kiely y Leff, de hecho, consideran que no ser procesados por divulgar información clasificada es un privilegio de la prensa. “No es un privilegio si todo el mundo lo tiene. Tiene que haber algo especial en lo que hacen los periodistas, y cómo y por qué lo hacen, que los haga merecedores de un privilegio que otros no reciben”.

 

Aquí valdría la pena preguntarse si es la libertad de expresión la que se estaría viendo afectada. Y en el debate también cabría preguntarse cuáles son las normas éticas para que los ciudadanos publiquen información.

Si bien medios como The Guardian, The New York Times, Le Monde, Der Spiegel y El País han hecho precisiones éticas sobre la manera cómo Assange debió publicar la información que compartió a través de WikiLeaks, en la carta pública que redactaron salen en defensa del australiano. Recuerdan que la administración Obama-Biden, en el cargo durante la publicación de WikiLeaks en 2010, se abstuvo de acusar a Assange y explicó que también habría tenido que acusar a los periodistas de los principales medios de comunicación.

 

“Su posición valoraba la libertad de prensa, a pesar de sus incómodas consecuencias. Sin embargo, bajo Donald Trump, la posición cambió. El Departamento de Justicia se basó en una antigua ley, la Ley de Espionaje de 1917 (diseñada para enjuiciar a posibles espías durante la Primera Guerra Mundial ), que nunca se ha utilizado para enjuiciar a un editor o locutor”, señalaron en la carta.

 

Además, este grupo de medios expresaron que una acusación contra Assange “sienta un precedente peligroso y amenaza con socavar la primera enmienda de Estados Unidos y la libertad de prensa”. 

 

En medio de este debate sobre si la prensa debe defender a Julian Assange, si a este se le debe considerar periodista, o si a pesar de sus métodos de publicación no debería ser enjuiciado, vale la pena recordar que el fenómeno WikiLeaks “puso en tela de juicio los secretos oficiales. Al revelar documentos clasificados como secretos, WikiLeaks demostró que se trataba de hechos que no merecían llamarse secretos de Estado y que no había razón válida para mantenerlos lejos de la vista del público”, indicó Javier Darío Restrepo en una respuesta del Consultorio Ético de 2016.

 

No obstante,  a Julian Assange se le seguirá cuestionando la manera en la que distribuyó la información, la cual incluso puso en peligro la vida de algunas personas al compartir datos personales.  En este sentido, Restrepo añadió: “Deja de ser ético todo lo que viola los derechos de las personas o de la sociedad, en esta relación del periodista con los secretos. Es ético, en cambio lo que preserva esos derechos de los abusos de quienes ejercen el poder”.

 

Así pues, el debate sigue abierto.  Y la pelea que están dando los medios internacionales que defienden a Assange no es la de la falta de ética periodística de los cables de WikiLeaks (esa parece ser una discusión que ya dieron cuando empezaron a difundir los cables), sino la de evitar la criminalización de la divulgación de información sensible y de interés público. “Doce años después de la publicación de ‘Cablegate’, es hora de que el gobierno de EE. UU. ponga fin al enjuiciamiento de Julian Assange por publicar secretos. Publicar no es un delito”, recalcan.

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