por Magdalena Trillo. Asesora de Transformación Digital de Diario de Sevilla (Grupo Joly) y profesora de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Granada

Primero fue la crisis económica de 2008 y ahora la global de la pandemia del Covid. Digitalización y globalización. Un nuevo espacio de juego, nuevos protagonistas (e intrusos), nuevos públicos y nuevas historias. La comunicación se hace líquida. Nos faltan referentes y crece la incertidumbre sobre cuál debe ser el camino. El coronavirus ha acelerado todos los procesos y está obligando a transitar de la adaptación a la disrupción. Pero sin red. 

 

Volvemos a la reinvención del oficio que ha marcado la historia misma de los medios de comunicación: primero fue la radio la que iba a matar el Periodismo, luego la televisión y ahora internet y las redes sociales. Pero si los grandes avances tecnológicos y transformaciones del siglo XX condujeron a nuevo ecosistema de medios, profesional y de alcance masivo, con papeles bien definidos y con un fortalecimiento de los medios como cuarto poder, la intensidad y velocidad del impacto en este tercer milenio es de tal calado que vas más allá del desafío mismo de la supervivencia. Ya no se trata (solo) de redefinir su rol: se hunde la credibilidad de los medios, se acelera la muerte del papel y se cuestiona el sentido del periodismo como intermediario, fiscalizador y prescriptor. 

 

Acabamos de cumplir 25 años de cibermedios en España, un cuarto de siglo de improvisada historia digital en el que nos hemos tenido que acostumbrar a transitar por una perpetua “tormenta perfecta” que va de lo económico y tecnológico a lo social. 

 

¿Qué entendemos hoy por medio? ¿Y por periodista? ¿Incluimos a los influencers que han dinamitado las fronteras entre los contenidos y las marcas? ¿Y los comunicadores que han construido auténticas comunidades de fans en nuevas plataformas como Twitch y Tiktok? ¿Y a los gigantes tecnológicos que se han quedado con el negocio de los medios? ¿Cómo llegamos a los Millennials y a la Generación Z? ¿Por qué tenemos que escribir para los algoritmos de Google? ¿Es noticia hablar de los vestidos de temporada de Zara, de los productos que arrasan en Mercadona y de cómo conseguir que tu bizcocho casero quede más esponjoso?

 

Ninguna de estas preguntas es aleatoria y ninguna tiene una respuesta fácil. Ejemplifican los retos e incertidumbres a los que nos enfrentamos a diario quienes vivimos en el ojo del huracán que hoy, más que nunca, es la industria de los medios. De la búsqueda del “engagement” con las audiencias a la ficción de las narrativas transmedia. Del periodismo robótico al periodismo SEO. Del activismo mediático al fact-checking como antídoto contra las fake. De Twitter a Instagram. De los vídeos de Youtube a los podcast de Spotify. 

 

Resulta paradójico pero uno de los grandes cambios que ha traído el ecosistema digital es poner en cuestión la naturaleza misma de los medios y de los propios profesionales. Ya en el cambio de siglo, el Periodismo Ciudadano evidenció la irrupción de los lectores como coprotagonistas en los procesos de comunicación y ahora es el periodismo colaborativo, participativo o en abierto el que constata el papel central que han acabado teniendo las audiencias. La obsesión por el lector. La idea del quinto poder (la ciudadanía fiscalizando a los medios) que se ha desarrollado en paralelo a la democratización de recursos que ha impuesto el avance tecnológico. Tanto es así que ya hay medios que han creado unidades para gestionar y verificar los contenidos creados por usuarios (CGU), una de las más activas es la de The Guardian, para poder contar con las aportaciones de los lectores. Estamos ante la idea del paso del lector al “prosumidor”, en la medida en que no solo consume información sino que también la construye, y la idea más reciente del “co-creador”.

 

La transformación digital, la necesidad de reinvención, está afectando a todas las áreas y departamentos de los medios y en todos los niveles. Las fronteras entre la comunicación periodística y la publicitaria (con el auge de los branded-content) cada vez están más desdibujadas desde el punto de vista de los contenidos y, en la diversificación del negocio y búsqueda de nuevos nichos de ingresos, cogen fuerza líneas de actuación como los eventos tan conectados con el protocolo y el márketing. Al mismo tiempo, es la imagen y el lenguaje audiovisual el que consigue una mayor conexión con los nuevos públicos, especialmente los más jóvenes, justo esos que marcan la gran preocupación de los medios tradicionales por la imparable caída de audiencia. No hablamos solo de la prensa y del profundo trasvase de lectores que se ha producido de los periódicos a las webs (con la pandemia del Covid como punto de inflexión tanto por el hundimiento de las ventas en los quioscos como por los récords de usuarios registrados en el diario digital y la aceleración de los modelos de registro y suscripción); internet ha desbancado por primera vez a la televisión en los hábitos de consumo mediático y el streaming se abre paso con fuerza imponiendo el directo como código de comunicación preferido por los Millennials y la Generación Z. 

 

Si recordamos las tres patas de los estudios universitarios de Ciencias de la Información (Periodismo, Publicidad y Relaciones Públicas y Comunicación Audiovisual), lo que está significando la realidad del oficio también es una profunda interconexión y convulsión. La obligación de reinvención se está afrontando a contrarreloj en las empresas periodísticas (con la puesta en marcha de laboratorios de innovación como palanca para la transformación y la creación incluso de estudios de radio, televisión y creación multimedia), pero hay otro escenario de complicidad estratégico que llega tarde: la formación. El mercado laboral está demandando nuevos perfiles profesionales pero las facultades de Comunicación siguen ancladas mirando el espejo retrovisor.

 

La exigencia de reinvención no es ninguna opción, tiene que ver con las posibilidades mismas de supervivencia, y afecta a todos los actores y niveles del nuevo tablero de la Comunicación. A los medios de siempre y a los nuevos. Desde lo público y desde lo privado. Andalucía no es, además, ninguna excepción. Llevamos décadas asumiendo el castigo de las estadísticas: menos en el paro, nuestra comunidad siempre se suele situar diez puntos por debajo de la media nacional. Si hablamos de Comunicación, del impacto de la pandemia del Covid, de la globalización y de la digitalización, poco sentido tiene pensar en la frontera de Despeñaperros. Hay singularidades en el punto de partida pero no en los desafíos de llegada. Lo que estamos viviendo en estos últimos años son unos procesos de sinergias y alianzas entre grupos de comunicación inéditos en la historia reciente de los medios. A ello se une el talento de la cantera, proyectos de emprendimiento vinculados con el renacer de los freelance y el periodismo independiente, que están explorando nuevos territorios de crecimiento profesional. Creando oportunidades. No tenemos una bola de cristal que nos garantice el camino del éxito pero sí hay indicios para ser optimistas. Reivindicando el periodismo profesional, combatiendo la desinformación y siendo conscientes de que la transformación-evolución digital no es sino la enésima travesía del desierto a la que nos enfrentamos los medios. El reto último no es muy distinto al de hace dos siglos: ser útiles. Nunca hasta ahora habíamos tenido tantos lectores. ¿Por qué ahora los íbamos a defraudar? Reinventarse o morir.

Este artículo forma parte de nuestra publicación «Hacia dónde avanza la comunicación: 25 reflexiones imprescindibles».