Pedro Tabernero: el editor y sus cartas en el paritorio

Como el periodista nunca es (o debe ser) el protagonista del reportaje, tampoco el editor suele protagonizar el libro. Al fin y al cabo, las madres se distinguen por vivir en tercer plano, a la sombra de la sombra de quienes paren. Somos hijos, al fin y al cabo, de ese dolor histórico de que Miguel de Cervantes muriese pobre tras la explicación nebulosa de que no era demasiado ducho en la administración, ni siquiera de lo suyo, de que pasara por la cárcel y no solo una vez, de que le vendiera el manuscrito de aquel loco universal a su antiguo editor, Francisco de Robles, por solo mil quinientos reales y que este contratara al impresor Juan de la Cuesta para imprimir la obra literaria española más célebre de todos los tiempos… Somos hijos, al fin y al cabo, de esa tradición legendaria de que los verdaderos creadores murieran a la sombra funesta de quienes se aprovecharon de ellos. Pero como el mundo en realidad no es redondo, sino poliédrico, ahora que nos calienta la fiebre del libro digital, sigue resistiendo en su borgiana burbuja un extraño editor sevillano que lleva la escalofriante cifra de 500 libros impresos en el papel, en el color, el tamaño, la trama y el gusto que salen de su inquieta mirada de químico barojiano.

Pedro Tabernero: el editor y sus cartas en el paritorio

Se llama Pedro Tabernero y, aunque desde hace varias décadas, suele sorprendernos cada año con un puñado –pura metáfora porque nunca caben en un puño- de libros exquisitos, de distintos tamaños y envergaduras y de temáticas clásicas, pintorescas o remotísimamente específicas, esta vez se ha dejado caer con la segunda parte de sus Cartas a un editor. Si en 2012 aquella joyita de libro fue ilustrada con postales de Juan Romero, ahora el ilustrador de sobres es el pintor cántabro Jesús Alberto Pérez Castaños. Se trata de otro volumen (el 11º ya) de la colección Osimbo que uno desearía estar tocando, repasando, mirando, remirando, leyendo, releyendo y hasta oliendo todo el día. Es un peligro usual de los libros de Tabernero contra el que no se detallan remedios en su interior.

 

En esta ocasión, las cien páginas del corpus central del libro recogen los sobres ilustrados que Pérez Castaños ha realizado para Tabernero y que aquí resultan una surrealista sucesión de estampas cuyo efecto acumulativo termina conformando una iconografía colorista que, con su disparatada y ruidosa puesta en escena, “pone de manifiesto la devoción del pintor por las culturas urbanas y callejeras: del grafiti, el cómic o la ilustración a la literatura y el cine pasando por la psicodelia, el pop angloamericano o la bad painting neoexpresionista”, como dijo en su momento la historiadora de Arte Marta Mantecón de su paisano. Como explica ahora en otro de los textos introductorios del libro el escritor madrileño Gabriel Rodríguez Pascual, “encima de más de cien sobres, que dejan ver los membretes de sus hoteles, se ha derramado una llamarada automática, un mensaje ondulante, sobre ellos se ha deslizado el aire y la sangre, los fluidos vitales que los han despertado de su letargo, de su espera, para comenzar la rebelión contra su aislamiento, contra su abatimiento solitario, para iniciar la fiesta que reúne a estos sobres-personas que se comunican por medio de unos gritos sin código, de unos ruidos guturales que llena el espacio y conjuran la pesadumbre de la soledad”. Finalmente, Rodríguez Pascual insistirá en que el libro es “un diario que acoge una ceremonia de desencuentros y sorpresas, que recorre un camino de color, vitalidad, movimiento, transitoriedad y melancolía, el diario de un pintor barroco o, más bien, de un romántico atormentado por la soledad de la llanura helada, por el frio del sobre o del lienzo en blanco, ante los que necesita seguir el impulso de cubrirlos, fecundarlos, apasionada, reiteradamente”.

 

Lo que pasa es que ahora persisten unos elementos constantes, como puede ser la dirección del destinatario, es decir, el editor, de quien vamos a recordar para siempre que le escriben a “calle Deán Miranda número 10 (41004 – Sevilla)” –es decir, entre el Alcázar y el Archivo de Indias-, una privilegiada ubicación en ese paraíso de los libros que es el corazón de una Sevilla en la que, desde el siglo XVI, “florecieron tanto los editores que no había libro destacado que no se imprimiera en ella”, como recuerda en uno de los textos introductorios Pedro de Tena, que es quien añade eso de que “para Pedro, la palabra editar, en su uso común, no agota la sustancia de su esfuerzo y de su personalidad, pues su edición es activa y su misión es dar a luz, parir, aportar al texto una visibilidad posible de modo que la lectura sea libre, pero auxiliada por la sugerencia de una realización gráfica en la que anida una estética, la suya”. Pues eso, y con eso se empieza a justificar la evidencia de que, al contrario de lo que le ocurrió a Cervantes con su editor, ningún escritor de hoy se siente engañado por Pedro, sino impulsado con unas alas que no sabía que tuviera y que yacen previamente en el taller de imaginación creativa que nadie sabe dónde guarda exactamente Tabernero. “Tal voluntad de creación”, añade De Tena, “hace de sus libros objetos preciosos por su origen, por la libertad y por la insumisión ante el poder del mercado”, pues no en vano “los libros que proyecta y erige, además de leerse, se contemplan, se devoran, se asimilan desde la admiración, actitud que procede de su curiosidad, que fue la que los llevó a nacer. De ese modo, los convierte en maravillas que anticipan lecturas y degustaciones asombrosas una y otra vez. Editor a contracorriente, han dicho de él. Seguramente de otros ríos, que no del suyo”.

Pedro Tabernero: el editor y sus cartas en el paritorio

Un oficio de locos

Así tituló el periodista y escritor canario Juan Cruz un libro suyo, de hace una década, en el que conversaba con algunos de los editores fundamentales que todos hemos admirado desde muy lejos, como Riccardo Cavallero, de Mondadori; Joaquín Díez-Canedo, de Fondo de Cultura Económica; Jorge Herralde, de Anagrama; Beatriz de Moura, de Tusquets Editores, o Rob Silvers, de New York Review of Books, entre otros muchos. Es posible que se precise una buena dosis de locura para hacerse editor, pero en el caso de Tabernero es el propio De Tena quien le descubre el mejor de los símiles: “Tras su rostro despierto, el pelo canoso y la mirada aguda, hay alguien. ‘Ya sé quién soy’, decía nuestro ingenioso hidalgo. Pedro Tabernero siempre ha sabido ser quien quería ser y es. Y desde hace años puede serlo con libertad absoluta porque ha colocado su biblioteca en el Paraíso”.

 

Las cartas: de la literatura a otras artes

Los otros elementos constantes de estos sobres ilustrados son, evidentemente, la variedad de lugares del remitente, y así nos encontramos muchas misivas –tan siemprevivas- enviadas desde Santander, claro, pero también desde Londres, Nanterre, Estambul, Zaragoza, Palma de Mallorca, Oporto, Barcelona, Jerez de la Frontera, Santillana del Mar, San Sebastián, Ávila o Nepal. Entre el fragor de la pintura vivísima y los atrevidos y coloridos trazos, siempre los sellos impresos, los membretes, los estampados sobre lacre, los sellos antiguos de correos con variedad de personajes –de Gregorio Marañón al Ecce Homo; de Jesús en la Santa Cena en alguna pintura a la Estatua de la Libertad; de Hilarión Eslava al papa de Roma-, las etiquetas, las estampillas, los matasellos… Toda esa liturgia comunicativa que siempre han unido a las cartas con la literatura, desde aquellas Cartas eruditas y curiosas del ilustrado Benito Jerónimo Feijoo a las Cartas marruecas de José Cadalso, pasando por aquellas misivas a tres bandas y constitutivas de la novela que consiguió publicar Juan Valera bajo el aséptico título de Pepita Jiménez, o toda aquella defensa de la carta manuscrita que hizo el poeta y también ensayista Pedro Salinas después de haber experimentado con cientos de cartas enviadas frenéticamente a su amante más platónica que corporal, Katherine Whitmore, que fue quien le inspiró La voz a ti debida…

“Mis amigos carteros se me quejan en privado de la tenebrosa y antipática naturaleza actual de las cartas. Y no les falta razón”, dirá Manuel Moya en otro de los textos introductorios del libro de Tabernero. “Si antes la cartas hablaban de amores, de ausencias, de nacimientos, muertes, de herencias y buenos deseos y contenían fotos, rosas pintadas, explicaciones o floridos poemas, hoy ya las cartas tienden a entrar en conexión directa con nuestra cuenta bancaria. Ya casi no hay carta que no pretenda extorsionarte o sacarte los ojos”, dirá Moya, para añadir: “Quien sí sigue recibiendo cartas de olor, cartas dibujadas, cartas coloridas, cartas selváticas, cartas-praderas, cartas-jardines, cartas-tucanes o cartas egeas es Pedro Tabernero, un editor inusual, cuyas ediciones, llenas de color, plenas de naturaleza, ataviadas con los más llamativos trajes, nos recuerdan que la vida sigue ahí y está hecha de colores, y que los colores no son sólo el atributo visual de la vida, sino la manera con que las cosas nos hablan y se hablan entre sí”.

 

Refiriéndose expresamente a su labor de editor, Moya tajantemente poético al afirmar que “Pedro es uno de esos últimos editores que han hecho de la edición una especie de invernadero inglés, uno de esos editores excéntricos y maravillosos de los que todavía plantan siemprevivas en los márgenes de sus libros, de los que recurren a los tulipanes, a las gencianas y a las caléndulas para atraer a las abejas y a los mirlos, de los que plantan cerezos entre sus blancos para que en el interior de sus libros parezca que siguen rielando las estaciones, las nubes y las cigüeñas, pero sobre todo Pedro Tabernero es alguien que aún sigue recibiendo y enviando –y editando, ay- cartas que van y vienen desde todos los rumbos, desde todos los orientes al oriente del Oriente como si dentro de ellas todavía quedara espacio para la sorpresa, para la imaginación, para la fantasía, para clarividencia, para el vuelo”.

Pedro Tabernero: el editor y sus cartas en el paritorio

Cosas de la calle Betis

Uno de los más vívidos textos que acompañan a la edición de este libro de sobres ilustrados es el que firma el joven escritor sevillano Antonio Sancho Villar, recordando cómo conoció, cuando tenía cinco añitos, el primer trabajo de Tabernero –un atillo de libros publicado por el Monte de Piedad y la Caja de Ahorros de Sevilla- en una de esas tómbolas de patitos pescados con caña en la Velá de Santa Ana, en plena calle Betis. Entre el montoncito de libros que le entregó el feriante, El hombre que escribe fantasías, una misteriosa recopilación de obras de la literatura fantástica universal ilustrada por los dibujos inquietantes de Nicole Claveloux. “Es poco lo que pueda decir del impacto que este libro ejerció en mi desarrollo como imaginador profesional”, escribe Sancho Villar, para añadir: “Más de veinte años después de aquella tarde en la Velá, coincidí con Pedro en una presentación y me animé a comentarle lo mucho que habían significado para mí aquellos libros suyos ganados en una tómbola. Unos meses después, publicaba con él mi propio cuento fantástico, El paciente designado, en la bellísima colección Relatos del Desertor del Presidio. El premio de aquel patito había resultado ser mejor de lo esperado”.

Como en la famosa comedia de Pirandello que ponía a seis personajes en busca de su autor, Pedro Tabernero tiene ya el orgullo de que por el mundo haya no solo personajes, sino autores de casi todas las disciplinas artísticas en busca de su editor, él, que para colmo de gracias, sí tiene quien le escriba, y quien le pinte

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