por Erika López Palma, comunicadora y divulgadora científica. Responsable de comunicación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Andalucía. 

1997. Aunque su gran auge fue en los años 70 y 80,  la ciencia ficción seguía muy de moda. Vimos en la pantalla grande el estreno de Contact, la película en la que Jodie Foster viaja a por el espacio exterior en una ambiciosa cacería científica: la búsqueda de señales alienígenas. Han pasado veinticinco años de esta historia de Robert Zemeckis y hasta el momento no hemos detectado ninguna llamada… Pero, aunque no en el hallazgo de vida extraterrestre, la ciencia y la tecnología ha explosionado en el logro de conocimientos: descubrimiento de exoplanetas, revolución del estudio del ADN, la detección del bosón de Higgs, descubrimiento de nuevas especies, grandes avances en la paleontología o la prevención el tratamiento de algunas enfermedades. 

 

La comunicación de la ciencia ha evolucionado en línea paralela a estos hitos y acontecimientos y, actualmente, se encuentra un periodo que podríamos denominar de efervescencia: hay más emisores de ciencia que nunca en más espacios informativos que nunca y con más potenciales receptores que nunca. Y, en esta efervescencia, en el ámbito de la comunicación de la ciencia se ha ido marcando en los últimos años un inequívoco camino de baldosas amarillas hacia dos puntos de llegada, que me gusta denominar las dos ‘R’: el Rigor y el Relato. 

 

Por un lado, se está produciendo una mayor contundencia en el rigor de la comunicación científica. En un universo informativo en el que se calcula que durante este año, 2022, el público occidental consumirá más noticias faltas que verdaderas y que no habrá suficiente capacidad ni material ni tecnológica para eliminarlas (Gartner, 2017) y en el que el 70 por ciento de los españoles no sabe distinguir una noticia falsa de un bulo (Science, 2020), las instituciones públicas y privadas de I+D+i debemos timonear una comunicación ágil, responsable, exhaustiva del resultado pero también del proceso de investigación, retroalimentada y que responda a las necesidades de información de la ciudadanía. La ofensiva de la desinformación ha rebasado tantos límites, que sólo combatirla con dureza desde la trinchera de la veracidad. La gente debe saber que la ciencia no da certezas, pero es lo único a lo que agarrarnos. Y la comunicación de la misma debe incorporar con humildad que la ciencia es falible en un mundo que tiende a consumir noticias rápidas, fáciles y postverdades en las que los datos objetivos se relegan a un segundo plano. 

 

Ahora bien, una segunda tendencia de la comunicación de la ciencia que hay que conciliar inevitablemente con el Rigor es el desarrollo cada vez más evidente del Relato, del storytelling o, lo que los profesionales de la comunicación científica denominamos como sciencietelling: la necesidad de contar historias. La 5W Who, what, when, where, why han quedado relegadas al jurásico en esta búsqueda de estimular la oxitocina y la dopamina en el nucleus Accumbens del cerebelo de las personas. La ciencia en estos tiempos, igual que otras áreas de información, puede y debe emocionar, ya que la aproximación que deja de lado la emoción no es efectiva o tiene una eficacia limitada.  Siempre he usado las palabras del investigador Guillermo Orts, Doctor en química física y escritor en materia científica,  para ejemplificar esto: “Si los grandes políticos usan las emociones para comunicar, nosotros los científicos que sí conocemos los datos, no debemos renunciar a ellas. Siempre se ha puesto en duda si ciencia y emoción son compatibles, y yo digo que no es que sean compatibles, es que se necesitan”, asegura.

 

Y, tras casi veinticinco años de experiencia en la comunicación de la ciencia –los mismos de trayectoria de la APC que estamos celebrando- puedo afirmar con rotundidad que ha cambiado el paradigma: ya no se trata de informar deforma unidireccional, ahora se busca que el público se involucre y participe en la comunicación de la ciencia. En otras palabras, la ciencia necesita a las emociones como combustible para avanzar, ya sea en forma de curiosidad, de pasión y empatía hacia los demás. Hay que tener en cuenta el componente no racional del framing effect (efecto de encuadre). Es decir, que las personas reaccionan de manera diferente en función de cómo se les presenta una información. Pongamos de ejemplo uno de los hallazgos científicos más relevantes del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en los últimos años: el exoesqueleto pediátrico patentado en 2021. Podemos (y debemos) explicar el trabajo del laboratorio del Centro de Automática y Robótica, el mecanismo de conexión robótica con la musculatura, los materiales de realización de este modelo biomecánico… pero la emoción emerge si hablamos del primer usuario, Álvaro, un niño de diez años cuya vida ha cambiado gracias a esta terapia robótica para su enfermedad aún sin cura, la atrofia muscular espinal. 

 

En definitiva, los últimos estudios de percepción social de la ciencia, en los que se recoge que la ciencia interesa cada vez más a la ciudadanía pero también que su sensibilidad depende de la forma en la que se la contamos. La ciencia no es algo abstracto, ni teórico, sino que tiene aplicación directa en la vida de las personas. Nuestros objetivos de futuro, los de los profesionales de la comunicación científica, debe ser profundizar en la relevancia, profundizar en su apreciación, mejorar la  comprensión y promover un mayor interés en la ciencia.

Este artículo forma parte de nuestra publicación «Hacia dónde avanza la comunicación: 25 reflexiones imprescindibles».