por Diego García Cabello, periodista y consultor de comunicación. Socio APC.

La televisión pública, financiada con el dinero de todos, debería ser un espacio que informe, preste servicio público y represente a la ciudadanía. Sin embargo, en los últimos años parece haber perdido el norte. No es solo una percepción subjetiva: los datos, las decisiones editoriales y los presupuestos reflejan una desconexión preocupante con su misión original. 

 

Nos encontramos ante una crisis de legitimidad. La radio y televisión pública actual no justifica su elevado coste y ejerce su labor en competencia desleal frente a los grupos privados que únicamente se financian con publicidad.

 

El caso de RTVE es especialmente llamativo. Hablamos de un grupo 100% público que cuenta con un presupuesto que supera los 1.200 millones de euros anuales, de los cuales alrededor de 500 millones se destinan a costes de personal. A pesar de estas cifras, acumula una deuda que supera los 300 millones. Los últimos Presupuestos Generales del Estado, prorrogados, destinan más de 500 millones a su financiación. Y, sin embargo, el resultado no se refleja en la calidad ni en la conexión con la audiencia.

 

Uno de los ejemplos más ilustrativos es La Revuelta, el programa de David Broncano en TVE. Su producción cuesta más de 20 millones de euros por temporada y su objetivo es competir directamente en prime time con El Hormiguero. Pero mientras este último, en una cadena privada como Antena 3 de Atresmedia, consolida su liderazgo, La Revuelta apenas supera el 10 % de audiencia. ¿Tiene sentido este tipo de inversión en la televisión pública? ¿Estamos pagando, con fondos públicos, una batalla perdida desde el principio?.

 

El problema se agrava con decisiones como la incorporación de personajes como Belén Esteban a un programa de TVE. En una cadena privada se entendería: buscan espectáculo, audiencias masivas, viralidad, beneficio económico. Pero en una televisión pública, ¿qué valor aporta? ¿Dónde queda el propósito de servicio, la apuesta por contenidos divulgativos, culturales o informativos?. 

 

Hay ejemplos que demuestran que otra televisión pública es posible. Y ojo, la tele pública sí puede entretener. En el ámbito autonómico, Canal Sur ofrece el formato de Andalucía Directo, un programa diario con un equipo reducido y un presupuesto muy inferior. Aun así, logra audiencias estables, superiores al 10 %, e incluso del 15% en algunos tramos, liderando su franja. Informa, entretiene, conecta con la gente, cuenta historias locales… y lo hace con dignidad. 

 

También destacan otros espacios como Tierra y Mar, Espacio Protegido o Los Reporteros, que cumplen con la misión de servicio público, mostrando la realidad cercana y apostando por contenidos y producción propia de calidad. Unos programas indiscutibles de Canal Sur frente a otras inversiones innecesarias de dudosa justificación como, por poner un ejemplo, El Show de Bertín en esta misma televisión pública. El caso del programa de la productora de Juan y Medio requiere un análisis sociológico con más componentes añadidos, más allá de lo televisivo. 

 

El problema de fondo es que la televisión pública quiere competir en un terreno que no le corresponde: el del espectáculo y el entretenimiento masivo. Hay una obsesión por los formatos caros, pensados hoy más para viralizarse en redes que para construir ciudadanía. Pero si no ofrecen un valor diferencial frente a las privadas, ¿para qué existen estos medios públicos?.

 

La televisión pública debe recuperar su propósito: informar, educar, generar sentido crítico y cohesión social. Si quiere sobrevivir con dignidad, debe dejar de mirar a El Hormiguero y empezar a mirar más a Andalucía Directo. Porque el dinero de todos no está para pagar caprichos ni favores televisivos, sino para construir un país mejor conectado, informado y exigente.